jueves, 15 de julio de 2021

Las jerarquías y otras chaquetas mentales

El otro día me puse a ver la tele y estaban pasando un documental sobre ciertas criaturas que están organizadas bajo la lógica de un estricto orden social y una marcadísima jerarquización. Quienes formaban parte de la élite solían (digo, suelen) identificar a quienes no pertenecen a ese grupo y, si observan que se acercan a él, como queriendo mezclarse y disfrutar de sus privilegios, las consecuencias no se hacen esperar. La cosa se pone violenta, pues.


No, no hablo de personas. Hablo de macacos.

Se supone que lo que nos distingue a los humanos del resto de los primates y demás seres vivos es que somos capaces de usar la razón, plantearnos preguntas sobre el mundo que nos rodea y buscar las respuestas. Vivimos en un sistema jerárquico, en todos lados vemos niveles, pirámides, líneas de mando, jefes, cabezas de algo. De manera muy sugerente, nuestro brillante y dorado hijo estúpido al que bautizamos capitalismo nos empuja de maneras impresionantes a la desigualdad, a la jerarquía. 

El macaco de la élite cuidaba que los macacos de abajito no subieran al árbol a comer de los mejores frutos, manjar reservado solo para los de su clase dominante. Acá la (des) humanidad no es tan diferente. No es el acceso a los frutos del árbol lo que los distingue, es el acceso a otros recursos y su acumulación en dinero (que es papel, metal o dígitos electrónicos), cosas que de alguna manera hicimos proveedoras de estatus. 

Y ay de quienes no gozan de ese acceso privilegiado: los pobres, los nacos, los que no terminaron ni la primaria, los analfabetas, los marginales. Aquellos que no están en la cima de la jerarquía. No hablemos de justicia, porque es un concepto algo viciado. Se supone que es darle a cada quién lo que le corresponde. ¿Qué nos corresponde según San Quién? ¿Cómo por qué a los pobres les corresponde serlo? ¿Por qué aquellos que no fueron a la escuela les corresponde un “lugar inferior” a los que sí fueron? Así sea un lugar inferior quesque simbólico, es un hecho que quienes no pueden o no quieren estudiar estarán condenados a ocupar cierto lugar en este sistema social y a no imaginarse siquiera codeándose con quienes se llaman doctores en algología.

Ni digan que “yo tengo un amigo con prepa trunca y lo trato bien” porque es el equivalente a decir que no son homofóbicos porque tienen un amigo gay. No es que tengan amigos y los traten bien, se trata de reflexionar por qué la jerarquía funciona así. O por qué diablos tenemos jerarquías macacas. “Hasta entre los perros hay razas” – que inventamos los humanos – “O sea, hay niveles” -que también nos inventamos los humanos-, “es gente arribista” – donde el arriba y el abajo nos lo inventamos los humanos-, “es que soy superior porque  tengo tal grado académico – que (¿qué creen?) igual inventamos nosotros los humanos.

Durkheim dijo una vez que los individuos ocupamos un lugar en la estructura social. Nunca dijo que unos eran mejores que otros. Pero lo que sí dijo es que hacemos cosas tan diferentes que es precisamente eso lo que nos mantiene unidos: nos necesitamos los unos a los otros. Estamos en un plano de redes humanas en las que el lugar que ocupa el señor que recoge la basura en la calle se considera “inferior” en estatus e ingreso, preparación y movilidad, pero que en realidad, si nos ponemos a razonar, es igual de importante que un médico. Pero le hacemos el feo nomás porque “hay niveles”.

Los macacos no tienen solución. Tal vez su genética les impulse a ser jerárquicos y culeros con sus semejantes. Nomás que ellos no razonan… ¿Y nosotros? ¿Nosotros sí? ¿Entonces por qué hacemos sufrir así a los demás?

Según esto, Aristóteles dijo que no hay peor forma de desigualdad que aquélla que se hace pasar por igualdad. Fingir que por estar todos en el mismo sistema ya por eso tenemos las mismas oportunidades es aberrante, porque piensan que si aquel fulano está jodido no es porque la estructura del sistema nomás no le permita moverse, sino porque pues no le echa ganas. O sea, cómo yo sí pude y aquel güey no.

Pues sí: los seres humanos, en esencia, somos iguales. Son lo sistemas y accesorios que nos inventamos, los prefijos, las jerarquías y las chaquetas mentales que nos hacemos las que generan desigualdad. Qué bueno sería si nadie, absolutamente nadie, se sintiera menos que los demás. Pero más chingón sería que quienes se sienten superiores se dieran cuenta que su posición no es más que un invento. Y no es, digamos, el invento más brillante del planeta. Vamos, a los macacos se les ocurrió primero.

✌️


miércoles, 23 de junio de 2021

No estamos locos: el posgrado.

No es un error ni una locura estudiar un posgrado. Hay dos tipos de estudiante de posgrado: el que le gusta la investigación y le pagan por hacerla y al que le gusta que le paguen, aunque no la haga. ¿Qué hay de loco en eso? Nada.

 

A quienes nos gusta investigar y además nos gusta que nos paguen por trabajar en eso debemos, forzosamente, trazar nuestra carrera en el ámbito académico y de ahí desarrollarnos como investigadores, ya sea que nos quedemos en el sector público o nos vayamos al privado (porque sí, hay posgraduados en empresas que, después de un rato de estar bajo la lupa de Conacyt, prefieren irse a trabajar a otro lado).

 

Y es que hay una mecánica: te gusta investigar y que te paguen, ah, pues debes estar adscrito a algún centro académico y de investigación que te dé respaldo y crédito. De lo contrario, no sirve de mucho lo que haces, porque tus resultados no llegarán a mucha gente y así nadie se enterará de qué pasó o para qué sirvió lo que hiciste. De hecho, cuando vas a publicar en una revista indexada y arbitrada, lo primero que te preguntan es en qué institución académica trabajas. Entonces, hacer investigación «por la libre» debe ser padre, pero pues uno se muere de hambre. Y eso está de la chingada, señores, pero en fin.

 

Estudiar una maestría o un doctorado con goce de beca implica ser felices al recibir una lana mensual, pero también implica otras cosas. Por ejemplo, hay que sentarnos durante horas a tomar clases para darnos cuenta que muchas de ellas no nos servirán para nada. Las cursamos por requisito del programa, pero de ahí a que sean útiles hay una distancia como de aquí a Tierra de Fuego. 

 

Así, en lugar de centrarnos en el diseño de la investigación o de salir a campo a recoger los datos que uno necesita, en ocasiones uno debe estar sentado en un salón escuchando peroratas interminables de algún (en mi caso) marxista de pantuflas que de lo único que sabe hablar es de la Escuela de Frankfurt. O bien, tomar clases con un docente que a huevo quiere que pienses como él, que hagas lo que dice, que a cualquier avance de uno le encuentra un «pero» y no porque uno esté mal, sino porque no le gusta lo que dices. Y como no le gusta, pero no te puede reprobar porque LA BECA, pues como quiera te castiga en tu calificación.

 

Y ni hablemos de los chismes que se van tejiendo. «Ya todo mundo sabe que eres positivista», me dijo uno de los doctores como queriendo ofenderme. Alcé la ceja nomás y dije «va, muy bien, ahora voy a ponerme a contar las palabras de las entrevistas que haga y le reporto cuál es la media».

 


Y ya cuando me salí con la mía uno tiene bien su proyecto y lo termina como debe ser, se titula y la madre, ahí no acaba el cuento: ahora hay que ser «alguien» en el mundo de la investigación y la ciencia. «Hay que hacer que el nombre de uno se conozca», me dijeron en una reunión de investigadores. Todo para asegurar tu chamba.

 

Pero ¿quieren saber cómo se le debe hacer para que se conozca nuestro nombre? Publicando. No dije que publicando buenas cosas, resultados trascendentales, investigaciones de frontera, no. Publicando muchas cosas. Así, bien hartísimas. Y además logrando, como sea, que te citen. Así sea porque obligaste a tus tesistas a que metan tus artículos con calzador en sus trabajos o tienes acuerdos con tus colegas para citarse entre todos. O chance porque sí hiciste un buen trabajo. Porque aunque estés refriteando una investigación que hiciste hace diez años o más, si de ahí salen veinte artículos y te citan, pues ya chingaste, ya conocen tu nombre. Y es que así es como uno podría entrar al SNI, con cierta cantidad de publicaciones –que ni de chiste leerían los dictaminadores– y citas, porque con que sea una revista mamalona, de preferencia de otro país o en inglés, y que reúnas la cantidad de artículos, productos y citas que piden, pues ya.

 




A mí me gusta mucho investigar. Tanto la investigación de gabinete (o sea, la teórica) como la empírica me gustan. Sí, hay que lidiar con la gente que encuestas o entrevistas; si haces investigación cuantitativa debes tener mucho cuidado con tu diseño y las características muestrales, pasas horas y horas, días, semanas en campo, pero aprendes mucho y, lo mejor, ves cómo se va delineando el rumbo de tu investigación cuando revisas los resultados preliminares («ay, qué emoción, mi hipótesis todavía no se descarta» y así). Es padre, sí. 

 

Sin embargo, no puedo evitar sentir que se me parte el corazón en mil pedazos cuando, de todo lo que estás haciendo, del esfuerzo que le pones para justificar la viabilidad y pertinencia de tu trabajo, de las horas que pasas en campo y luego pensando en la teoría y las noches en las que hasta sueñas con lo que haces, al final lo que te piden es cuánto publicaste y dónde. Publish or perish. Es verdad, publica o muere.

 

¿A dónde voy con todo esto? Pues a que hasta se me van las ganas de continuar. Por ejemplo, ahorita estoy avanzando con un proyecto que diseñé y está en proceso de registro en la universidad como proyecto no financiado. Es decir, no me van a pagar por lo que estoy haciendo mas que mi sueldo normal. Y cuando les informo que es no financiado, pues hasta me ven raro. Lo hago porque me interesa y me importa el tema que estoy desarrollando, pero cuando me pongo a pensar en lo que sigue, en los «cuánto y dónde», se me desdibuja el horizonte y, como algunos saben, me pongo muy triste con facilidad.

 

«Esdeque así es el sistema». Pues sí, pero no es como que ahí estaba cuando nacimos como si fuera un monte, no mamen. Si ahí está es porque nosotros lo diseñamos así y hemos permitido que así funcione. No sé si habrá manera de modificar esa dinámica, ni siquiera se me ocurre cómo. Pero lo que sí puedo decir es que provoca un sentimiento de soledad muy profundo, donde la relación entre los tuyos a quienes les dices «colega» se transforma en una lucha por recursos y prestigio.

 

No escribo esto porque no me han publicado. Sí, he logrado hacerlo –y hasta quién sabe quién me citó– y si le pongo empeño, seguiré lográndolo. No es eso. Es que reflexionas sobre a dónde vas con todo lo que haces y no puedes evitar sentirte solo y presionado.

 

Locura no es estudiar un doctorado o maestría. Locura es el mundo al que entras cuando terminas. Nadie me pintó de colores el mundo de la academia y de la ciencia, no, nadie. Sólo me pone triste ver que lo que me gusta hacer va, irremediablemente, destinado a ese camino.

miércoles, 7 de abril de 2021

El genio malvado de Descartes

Decía Descartes que todos tenemos un genio malvado que nos dice que lo que vemos, la realidad, sí es porque sí pinches es. Pero el filósofo sabía que nuestros sentidos suelen engañarnos, donde la realidad aparente es sólo eso y de ahí que salió con el rollo aquél de la duda metódica: dudar, siempre dudar de lo que aparece frente a nosotros.


Pero vamos, eso no quiere decir que dudemos de cosas que obviamente son reales. Sí, allá enfrente está un árbol y sí, en el laboratorio ciertas sustancias hacen 💥 cuando las mezclas y así. El problema está cuando estudiamos a la sociedad, porque ahí podemos ver a un montón de gente peleándose entre sí y, si bien una pelea es una pelea, cada uno de los involucrados -y hasta los observadores- tienen un cuento distinto sobre lo que está pasando ahí. No es tan fácil, pues.

Todo esto lo vengo a vomitar aquí porque, después de leer la entrada de Maik que pueden ver aquí, me puse a pensar en qué tan sólido es un argumento esceptifacho que se basa en las matemáticas y en las frecuencias, en las estadísticas y en los datos duros. Bueno, pues lo que es sólido es el dato (relativamente, porque puede haber errores en la recogida) (de datos), pero no el argumento. Esto quiere decir que un número, si bien no dice más que su cantidad, es interpretado de distintas maneras. Dos es igual a uno más uno; dos es igual a tres menos uno; dos es igual a cuatro menos dos. 

Esta interpretación que ejemplifico es irrelevante; lo que sí es importante es que por más que los datos duros muestren una realidad, sucede que no la logran explicar a profundidad. Las cifras muestran la realidad de forma LIMITADA y eso todo mundo lo sabe. Ok, no todo mundo, pero sí bastante gente. (1)

Entonces pueden sacar cifras, regresiones lineales, tablas de frecuencias y pruebas de hipótesis, pero los resultados irrefutables sólo muestran una parte del fenómeno social, como el racismo, la violencia de género, la discriminación, la intolerancia y esas cosas. Un ejemplo ficticio: puede haber grandes estadísticas sobre cómo los negros y latinos forman el grueso de una población carcelaria en Gringolandia, pero eso NO necesariamente significa que ellos sean los que cometen más delitos. Lo que puede significar también es que: a) los culpan más; b) los defienden menos; c) son más fáciles de agarrar. Y entonces viene lo relevante: ¿por qué se les culpa más? ¿Por qué los defienden menos? ¿Por qué son más fáciles de agarrar? ESO es lo relevante y, como pueden ver, fuimos mucho más allá de lo que dice el dato duro.

Soy una amante de la ciencia, del dato, me encanta calcular correlaciones y asustar a mis estudiantes con pruebas de hipótesis. La cosa es que si se van a meter a "hacer cálculos" para refutar problemas sociales y desacreditar luchas muy justas y legítimas que llevan en pie más años que sus madres, sepan que no basta con meterse a Inegi y armar un plan de refutación. El conocimiento no lo da nada más los datos y las cifras, no sean ingenuos. (2)

Si lo que quieren es justificar sus fobias hacia los movimientos sociales que buscan justicia, nomás díganlo abiertamente (3) y sin pena. Siéntanse en libertad de emitir sus OPINIONES, déjense abrazar por la calidez de sus horribles prejuicios, admitan que eso son y únanse a los otros movimientos supremacistas, supermachitos y de blanquitos nerdosos heridos de su corazoncito, pero no vengan a esgrimir que la matemática ya descalificó no sé qué cosa del feminismo, porque ese no es el objetivo de la ciencia formal aplicada en fenómenos sociales.

Hasta pena me da haber departido en línea con algunos de esos que ahora resulta son omnisapientes en todología.

(1) Lo cagado es que eso también es lógico.

(2) Es más: los datos duros son siempre la base de la investigación en ciencias sociales. LA BASE, un punto de partida, un inicio que nos da idea de lo que sucede. Cualquier investigación científica, desde licenciatura, tiene una base numérica que introduce el estudio, NO EXPLICA TODO EL FENÓMENO.

(3) Un par de huevos en el desayuno.

viernes, 5 de abril de 2019

Citas

Lo que me ha fastidiado hasta la pared de enfrente es que ciertos doctores quieren que una los cite a huevo en el trabajo de tesis.

Si no los citas te arman un pancho. Se ofenden, se ponen divas.

Su ego ante todo.